Que hay cansancio con respecto ARENA, ciertamente lo hay. Y nadie que esté en sus cabales lo puede negar. Además es lógico. Después de 20 años en el poder, y en un momento de crisis como el actual, en el que los alimentos y el costo de la vida se han disparado, es bastante normal que sus acciones sigan el ritmo de la bolsa norteamericana. En realidad llama la atención que un partido con un aparataje de pensamiento tan elemental y poco democrático, así como con realizaciones no muy brillantes, se haya mantenido tanto tiempo en el poder.
Los simplismos del FMLN, con su retórica de un socialismo imposible, le han ayudado, así como un buen respaldo de empresarios que a pesar de su buena formación en universidades del primer mundo no tienen empacho en cantar un himno de corte fascistoide con tal de mantener privilegios.
Ya el gobierno del peor de los presidentes de ARENA, Francisco Flores, había dejado hartos a muchos salvadoreños, incluidos bastantes de los que votan por el partido. Pero al final de aquel período confluyeron tres circunstancias que permitieron un nuevo triunfo rotundo de ARENA.
La campaña exageradamente agresiva, masiva y mentirosa del miedo, la pésima selección del candidato del FMLN por otra y, por añadidura el estilo personal de Tony Saca, cercano y dialogante, consiguieron romper el hastío provocado por Flores, que se reflejaba claramente en las encuestas. Ya en aquel entonces, antes de que el FMLN seleccionara a su candidato, cuando se mencionaban nombres en las encuestas, el nombre de Mauricio Funes sonaba mucho más arriba que el de Schafik.
Pero el FMLN en esa coyuntura, tal vez emocionado por lo que decían las encuestas, no supo leer el deseo de quienes ven al partido de izquierda como una fuerza alternativa que, sin embargo, necesita introducir cambios en la pesada y casi monolítica forma de hacer política. El caso es que el FMLN aprendió la lección y se ha presentado en escena con un candidato que sabe claramente a cambio tanto para el país como para el lenguaje tradicionalmente dogmático de la izquierda. Y las cosas le han ido bien.
Hoy ARENA busca desesperadamente renovar su imagen. Pero es difícil renovar la imagen del mismo partido en cada elección. Veinte años no es nada, decía el tango, pero en política y en gobierno tiende a ser demasiado. La elección de Rodrigo Ávila no da garantías de cambio, pues ha sido funcionario público en todos los gobierno pasados.
El juego es entonces reforzar la imagen de cambio a través de un vicepresidente suficientemente confiable para la empresa privada y para la propia ARENA, de la que ha sido también funcionario, y al mismo tiempo hombre crítico que no se ha callado cuando no ha estado de acuerdo con las políticas oficiales. Arturo Zablah ha sido además una persona que con frecuencia se ha ganado, por sus opiniones, el respeto y la simpatía de la sociedad civil.
El problema es que en El Salvador los presidentes pesan mucho y los vicepresidentes bastante poco. Es este un estilo de gobierno de tradición excesivamente autoritaria y centrada en la figura del Señor Presidente. De hecho los intentos de quitarle confiabilidad a Mauricio Funes ensombreciendo la figura de su vicepresidente no han dado mayores resultados. Después de 20 años de tener relativamente al margen a los vicepresidentes, es difícilmente creíble que vayan en estos momentos a tener una posición protagónica. Ni de un lado ni de otro.
La confiabilidad se gana con la palabra clara. Mauricio Funes ha hecho esfuerzos para dar a entender que habrá cambios, pero no serán radicales. Si Ávila quisiera dar seguridades de cambio tendría que mantener un lenguaje incluso más agresivo socialmente de lo que lo está teniendo Mauricio. La verdad que no sería tan difícil. Bastaría con que Ávila dijera que va a dar una pensión universal de 50 dólares mensuales a todos y todas las salvadoreñas que no hayan cotizado, que hoy no tienen derecho a pensión y que han cumplido los 65 años. Que añadiera que para fortalecer la educación y la salud pública va a subir el impuesto de la renta al 30% de sus ingresos a quienes ganan más de 5.000 dólares al mes, unido a un pequeño aumento proporcional a todos los que ganen más de 2.500 y menos de 5.000.
Que completara diciendo que, con la misma finalidad expuesta, les pondría impuesto de lujo de 2.000 dólares al año a todos los que tuvieran más de doscientos metros cuadrados de construcción para vivienda, más un aumento del 20 por ciento si además tienen un rancho en la playa. Y de ribete, como la guinda en el queique, que nos asegurara que ni el PCN, ni el FDR, ni la Democracia Cristiana van a ser los dueños de la Corte de Cuentas, sino que va a poner ahí a personas no pertenecientes a partidos políticos, con clara tradición y trayectoria de honradez. Si así hablara, entonces empezaríamos a creer que tiene una propuesta clara de cambio. Hablar en general hoy no convence a nadie. Máxime si en su planilla van diputados mentirosos como Guillermo Gallegos.
La credibilidad, y esto sirve también para Mauricio Funes, no sólo está hoy en el lenguaje de cambio sino en la aclaración precisa de los cambios que se quieren hacer. Cambios que deben ser suficientemente claros como para que la población piense que algo va a cambiar. Y que en algo va a mejorar su deteriorada economía. Porque el lenguaje político ha perdido de tal manera la credibilidad, que la gente empieza a creer solamente aquello que es tan comprobable, que si el presidente no lo cumpliera, se vería inobjetablemente catalogado como mentiroso. El país necesita cambios. Pero ha llegado el momento ya en que los cambios tienen que tener expresión concreta para que sean creíbles. Lo demás es lo que los expertos llaman creación de imagen. Pero no se puede crear imagen con simples promesas vagas montadas sobre políticas desgastadaS
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