CANCIÓN DE LA VIDA PROFUNDA

Hace 9 años yo estudiaba segundo año de bachillerato en el Colegio CentroAmerica, en la rabida, San Salvador, mis multiples compromisos deportivos y sociales no me permitian ir al colegio con la frecuencia que la hacian mis compañeros, pero le hacia frente a los examenes con mucha suerte y con la ayuda de mis amigos entre ellos : Edwin Lopez (la Garza), Ricardo Erazo (el Mudo), Edson Rogel(el PERRO ECSON), mis amigas Kathy Leyla y Carmen Celia (quienes me prestaban los cuadernos para fotocopiarlos y leer un poco) y por supuesto mi gran amigo OSCAR RODRIGUEZ (el platano), en esos dias teniamos unos maestros que eran muy buenos, como el caso de mi maestra en mate Dessiree Denys, El SEÑOR VEGA, solo uno era una persona muy nefasta llamado FAUSTO.

Fausto era de esas personas las cuales le gustaba ahorrarse su trabajo y se conseguia un libro y daba todo lo que decia el libro, frustraba a sus alumnos viendolos de menos, una tristeza de maestro.... pero como todas personas no todo es malo, sino que cada quien hace lo que el tamaño de su mente le permite.... en fin el nos dio un libro que se llamaba lenguaje 3 en el cual aparecia un poema llamado la CANCIÓN DE LA VIDA PROFUNDA de Porfirio Barba Jacob, la cual se las dedico a mis compañeros de promocion, haciendoles un llamado a la reunion de 9 años de Graduados!

CANCIÓN DE LA VIDA PROFUNDA


El hombre es una cosa vana, variable y ondeante...

MONTAIGNE

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar.
Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonríe.
La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar.

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en abril el campo, que tiembla de pasión:
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos...
(¡niñez en el crepúsculo! ¡Lagunas de zafir!)
que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,
y hasta las propias penas nos hacen sonreír.

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña obscura de oscuro pedernal:
la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,
en rútiles monedas tasando el Bien y el Mal.

Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer:
tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como en las noches lúgubres el llanto del pinar.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos puede consolar.

Mas hay también ¡Oh Tierra! un día... un día... un día...
en que levamos anclas para jamás volver...
Un día en que discurren vientos ineluctables
¡un día en que ya nadie nos puede retener!